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Ricardo

Velázquez

Bosco

Burgos, 1843 – Madrid, 1923

Dibujante, arqueólogo, restaurador y arquitecto son las vocaciones y profesiones que, en sentido global, definen a Ricardo Velázquez Bosco. El sabio burgalés vivió y desarrolló metódicamente estas prácticas a lo largo de su trayectoria, a caballo entre la ciudad de Madrid y su activa producción en territorio andaluz.

El estudio pormenorizado, el dibujo, el rigor histórico como base y la búsqueda de influencia en las raíces del arte peninsular definieron su producción como arquitecto y le convirtieron en uno de los exponentes nacionales del eclecticismo. Velázquez Bosco fue valedor de una tipología arquitectónica historicista, alejada del inminente Movimiento Moderno, que dejaría en un segundo plano a teóricos de la arquitectura como fue Ricardo.

La formación de un dibujante

Nacido en Burgos el 3 de junio de 1843, de padre valenciano y madre sevillana, sería el segundo de los cinco hijos del matrimonio. Sin embargo, la estancia burgalesa de Velázquez Bosco se circunscribió a sus primeros años, puesto que, la familia se instaló en Madrid hacia el año 1848 —concretamente en la calle Salitre— debido al traslado de su padre como funcionario de Hacienda. Por ello, la primera formación que recibió el futuro arquitecto tuvo lugar en la capital española.

Uno de los momentos vitales que marcarían la vida profesional de Velázquez Bosco fue su periodo leonés (1863-1869), puesto que experimentó el proceso de restauración de la catedral. Fue también en León donde despertó su afán por la arqueología, a raíz del contacto con el Padre Fita, a quien ayudaría a establecer el Museo Arqueológico de la ciudad, junto a su participación en la Comisión de Provincial de Monumentos. Fruto de la experiencia durante la restauración de la Catedral de León, fue designado como Académico de Número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, institución en la que colaboraría profusamente a lo largo de su vida.

En 1870, Velázquez Bosco regresó a Madrid junto a su esposa Mercedes Tejerina, con quien había contraído matrimonio durante su estancia leonesa. Esta vez para emplearse como delineante en el estudio del arquitecto Jerónimo de la Gándara, con la labor de dibujar los diversos monumentos arquitectónicos de España. A partir de este trabajo y de su relación con De la Gándara fue incluido como dibujante en la expedición a Oriente de la fragata de guerra Arapiles. Este viaje fue decisivo en su formación, ya que le permitió conocer en directo las maravillas de la cuenca mediterránea. La gran calidad y detallismo de sus dibujos —fruto de la expedición— verían la luz en 1876, tras la publicación del texto descriptivo de los monumentos visitados.

La vocación de arquitecto

Debido al éxito de la publicación, retornó a la capital con una nueva contratación, en este caso por parte de Gil Dorregaray, para realizar los dibujos correspondientes al Museo y Monumentos Arquitectónicos de España —concretamente diez volúmenes— entre 1872 y 1880. A pesar de su prestigio como dibujante, aconsejado por Jerónimo de la Gándara, decidió iniciar los estudios de arquitectura en 1875, cuando contaba con treinta y dos años. Su brillante expediente queda en parte explicado por esta vocación tardía que nace en una persona con un criterio y formación histórico-artística muy asentados, y con una buena relación profesional con varios de sus profesores, avalada por sus méritos como dibujante, restaurador y arqueólogo. Así, en apenas tres años, pudo finalizar sus estudios, y sólo dos años después de obtener el título pudo ganar la Cátedra de Historia de la Arquitectura y Copia de Conjuntos Arquitectónicos, por la que rivalizó con Manuel Aníbal Álvarez Amoroso.

A partir de este momento, se centró en la práctica de la arquitectura, sobre todo en el ámbito del encargo público, ya que fue nombrado arquitecto auxiliar de obras de Construcciones Civiles en Madrid por el ministro de Fomento. De este modo se consolidó como el principal arquitecto de la capital. Además de toda la producción vinculada al Ministerio de Fomento también se ocupó de la organización y creación de varios de los pabellones para la Exposición de Minería de 1883 y de Filipinas de 1887, celebradas ambas en los Jardines del Buen Retiro, de las que se conservan, respectivamente, el Palacio Velázquez y el Palacio de Cristal.

En esta misma década de los 80 comenzaron a proliferar los encargos con nuevos edificios como la Escuela de Ingenieros de Minas, el Laboratorio Gómez Pardo y la Escuela de Sordomudos y Ciegos, actual sede del CESEDEN. Otras intervenciones dignas de mención fueron sus restauraciones en el Casón del Buen Retiro tras el trágico huracán de 1886, donde ideó una nueva concepción para la fachada occidental.

Con estas obras, Velázquez Bosco brinda a Madrid gran parte de los edificios institucionales más importantes de finales del siglo XIX y principios del XX.

La restauración arquitectónica

Durante los últimos años de los ochenta y principios de los noventa del siglo XIX, comenzó su participación en numerosos proyectos de restauración que impactarían por su calidad y cuidada ejecución; intervenciones en monumentos tan emblemáticos como la catedral de Burgos —aunque el proyecto lo culminaría Lampérez—, la mezquita de Córdoba y el monasterio de la Rábida en Huelva.

El estudio de la arquitectura hispanomusulmana le llevó, asimismo, a emprender las excavaciones y restauraciones de las ruinas de Mediana Azahara entre 1909 y 1923, además de colaborar en la recuperación de la Alhambra. No obstante, la alta actividad en territorio andaluz no frenó su producción arquitectónica madrileña, puesto que en 1892 inició las obras de construcción del Palacio de Fomento —hoy Ministerio de Agricultura—, uno de sus edificios culmen en la capital.

A la proliferación de edificios de nueva planta en Madrid, se sumaron otros proyectos como la adaptación del Colegio de Sordomudos y Ciegos en Santiago de Compostela, las restauraciones en la ciudad de Guadalajara como el Palacio de los Mendoza (para convertirlo en instituto), la Capilla de los Urbina o los encargos privados de la duquesa de Sevillano. También en este periodo finisecular, continuando con los encargos privados, erigió el Palacio de Gamazo en la madrileña calle Génova, de corte ecléctico-clasicista.

Completa su carrera con su labor como profesor de la Escuela de Arquitectura, entre 1881 y 1923, llegando a ser nombrado director del centro en 1910. Esta faceta docente, le valió el reconocimiento póstumo como maestro de la mayoría de los arquitectos españoles del momento. Algunos de sus discípulos más notorios fueron Antonio Palacios, Leopoldo Torres Balbás y Antonio Flórez.

Su modo de entender el oficio de arquitecto, con un criterio histórico, relacionando historia y praxis, y entendiendo el patrimonio en su totalidad, han influido en el modo de abordar la restauración arquitectónica.

El estilo de Velázquez Bosco

El estilo arquitectónico de Velázquez Bosco destacó por la convivencia de diversos lenguajes tales como el clasicismo, el historicismo, los patrones y recursos árabes que habían pervivido en la cuenca mediterránea, así como el empleo del hierro y el vidrio —nuevos materiales introducidos como avances en la arquitectura de su tiempo—. Esta realidad fue la valedora de su carácter ecléctico, tan mencionado a la hora de abordar su obra.

A todo este compendio le brindó una decoración equilibrada, a partir de la recuperación de algunos motivos de tradición local, como la inserción de cerámicas pintadas en colaboración con el taller Zuloaga. El uso de bajorrelieves y grupos escultóricos también fue recurrente en algunos de sus edificios, así como las decoraciones pictóricas de bóvedas.

De este modo, Ricardo Velázquez Bosco fue representante de un estilo y un modo de entender la arquitectura basado en conceptos opuestos a los que comenzaban a imperar con el surgimiento del Movimiento Moderno. Por ello, está considerado como uno de los últimos maestros que encarnó la pasión del artista, equilibrada por el conocimiento histórico-artístico y su interpretación bajo el juicio del arquitecto.